¿Existe una apuesta por el jazz en El Salvador? ¿Es posible vivir de este género? ¿Quiénes han hecho de la improvisación su estilo de vida? ¿Dónde trabajan? El jazz es de los géneros menos queridos y menos populares de El Salvador. Sin embargo, tiene ya una tradición de décadas y está vivo en una veintena de lugares solo en el Área Metropolitana de San Salvador.
En San Salvador existe una veintena de lugares que han decidido apostarle al jazz, más por el gusto de disfrutarlo y compartirlo que por fines comerciales. La cantidad de escenarios con los que cuentan los seis grupos que han decidido mantener vivo el género en el país en los últimos 10 años, con interpretaciones estándar u originales, sirvieron como hoja de ruta para conocer los antecedentes e influencias de estas improvisaciones que datan de la década de los años 50. Esta no es una historia que se encuentre en libros o revistas, y apenas tiene presencia en los medios.
Aunque el jazz se perciba como el género despreciado en el espectro musical salvadoreño, a mediados de 1950 El Salvador fue uno de los pocos países que adoptó la movida jazzera que llegaba desde Estados Unidos representada en orquestas como Very Good Band, Sanjet e incluso en las anécdotas de “El hombre del brazo de oro”, Frankie Machine, que tocaba de tú a tú con los mejores bateristas internacionales de la época.
Durante la guerra, el jazz tuvo que apagarse, en gran medida por las bajas de Antonio Grimaldi y Carlos Navarro, aunque personajes como Óscar Alejandro se hicieron fama como cantantes y compositores de música romántica. A finales de los 80, “Los Amigos del Jazz” empezaron a organizar conciertos en el anfiteatro de CAESS para que la escena del género no se perdiera.
Ya en los 90, Álvar Castillo y Beatriz Alcaine apostaron por el jazz en La Luna. Castillo, que había regresado de México, fundó la primera clínica musical de jazz y ahí se formaron músicos como Octavio Salman y Enrique “Costras”. Posterior a eso se instauraron en 1999 los Ricky Loza Jazz Fest, que se extendieron en nueve ediciones hasta 2003, año en el que murió el percusionista.
En adelante y hasta la fecha, grupos como Brujo, Proyecto Acústico, Sonajazz (ahora Outside), Jazz-On, Lolita’s y Yolotl han tratado de mantener vivo el género y han logrado abrirse espacios.
Aunque la capital concentra las sedes del jazz salvadoreño, hay otros escenarios en el interior del país. La Guitarra, en la playa El Tunco, por ejemplo. “Por ser un sitio turístico y tener una fuerte presencia de extranjeros que tienen más cultura musical y conocen el jazz hay un mínimo de público garantizado”, aunque eso implique que la reducción de consumidores sea del 60% en relación a una noche con la banda Adhesivo, por ejemplo.
La escasez en la oferta no es exclusiva de los espacios que han decidido abrir las puertas a los músicos, también existe una baja respecto al número de grupos que le apuesten al jazz. El estado embrionario de la producción de este género (y otros), como lo diagnostican quienes han hecho de sus negocios un escaparate para el jazz, requiere de la creación de un conservatorio que funcione como un espacio de formación, desarrollo y difusión para y entre músicos. Mientras tanto, están dispuestos a colaborar con la promoción de este género en la medida en que los grupos se mantengan activos e innoven sus propuestas.